Una de las principales razones para ello sería su componente de valor refugio frente al incremento de la incertidumbre y la mayor volatilidad que se está experimentando en los mercados financieros y de materias primas. Otra razón muy importante es la corrección a la baja de los metales preciosos, como el oro, que han ostentado tradicionalmente ese título, en la teoría y en la práctica, de valores refugio.
Una parte importante del crecimiento de esta demanda obedece a los cambios en las preferencias de los consumidores tras la pandemia, donde hemos visto cómo elementos como la calidad y el contacto con la naturaleza han ganado fuerza entre los deseos de los compradores, así como la necesidad de canalizar una parte del ahorro acumulado durante esos momentos de contención del gasto al mercado inmobiliario. Por otro lado, se prevé que los tipos de interés en términos reales, descontando la inflación, continúen siendo negativos y sigan contribuyendo a la expansión de este sector.
Además, dentro de la incertidumbre que nos rodea, hay tendencias sociales y de estilo de vida que se han establecido de manera rotunda desde la pandemia. Por ejemplo, la semana de cinco días en la oficina ha dejado paso a modelos de trabajo más flexibles, lo que está teniendo un impacto enorme en el mercado inmobiliario, no solo en el sector de oficinas –que debe reinventarse para ofrecer alternativas atractivas– sino también en el residencial, en el que, como decimos, se reordenan a pasos agigantados las prioridades y, por tanto, el valor económico. Así, los activos cuyo valor principal era la localización próxima a centros financieros y de oficinas lo pierden en favor de la calidad y de la cercanía a los parques y a las zonas de paisaje natural de las ciudades, que se han convertido hoy en las más buscadas. El usuario busca también la posibilidad de tener un pie dentro y otro fuera de la ciudad, ahora como algo real y factible gracias al crecimiento del trabajo en remoto y la flexibilidad cada vez mayor que conceden las empresas. Todo ello se está reflejando en el mercado inmobiliario residencial, en el que se esperan en 2022 subidas en el precio de obra nueva similares a las vistas en 2021, del 10%.
No todos los compradores de este tipo de activos se lo plantean como primera vivienda; el inmobiliario de lujo puede formar parte de una cartera de inversiones bien diversificada como estrategia de gestión de patrimonio, de ahorro, o de planificación de pensiones.
Los análisis sectoriales en 2020 ya hablaban de la vivienda residencial como inversión segura para los siguientes años y, específicamente, la gama más alta, que suele resultar más estable en un contexto de incertidumbre. Este es, además, un hueco de mercado con una demanda en crecimiento y relativa poca oferta. Una edificación o una localización exclusivas, como las que buscan estos compradores, es un bien escaso que no puede ser fácilmente sustituido por otros, como sí sucede con las viviendas ordinarias. Hay que tener en cuenta que la oferta de este tipo de vivienda en alquiler, de gama alta y localizada en zonas verdes es muy baja, comparada con la demanda. Por otro lado, frente a la inflación de los precios, la crisis de las divisas y la variabilidad de algunos tipos de inversión, la respuesta de los inversores parece ser volver a los activos reales que se están así revalorizando por la garantía y la seguridad que ofrecen a los inversores. Además, una de las ventajas de invertir en este segmento es que no se necesitan tantos conocimientos para realizar una compra inteligente, ya que se trata de valores tangibles que se pueden inspeccionar y tasar.
También los inversores extranjeros encuentran atractiva la oferta española, una tendencia que se acentúa con las oscilaciones de divisas. Madrid es la ciudad que más inversión extranjera para residencial ha atraído de Europa en 2022, por delante de Londres, Berlín o Barcelona, que le siguen, según CBRE Group, el gestor de inversiones inmobiliarias más grande del mundo. Su enorme capacidad de atracción de capital y actividad económica va a ir acompañada, en el corto y en el largo plazo, por atracción de profesionales, que también valoran la seguridad y la calidad de vida.
Con todo ello, podemos decir que nos encontramos en un momento optimista y en el que las previsiones apuntan a que crecimiento del sector continúe, con una posible contención de los tipos de interés en 2023 lo que mejoraría el precio de las hipotecas. Con una inflación del 9% en septiembre, según el INE, y el precio del euro más incierto aún por la crisis del consumo y las amenazas de recesión, depositar nuestros ahorros en el banco puede no ser la opción más segura, y con menos alternativas de inversión clara, es el momento del real estate
*Fuente:Cinco Días.